martes, 18 de octubre de 2011

LA EDAD DE LA SOCIEDAD. LA SEÑAL

Manolito era un mozo fortachón de Liñares de Arriba. Era el mejor cazador y pescador de toda la comarca, buen danzante y aficionado a la pintura, además de muchas otras habilidades. El día en que se incendió la iglesia del lugar, Manolito estaba en la taberna jugando su partida de brisca. El vuelo de la campana y los gritos alertaron a los jugadores y todos se acercaron a la iglesia de la que salían llamas por puertas y ventanas. La gente que se encontraba en el lugar se complacía en observar el espectáculo, algunos traían cubos con agua. De pronto, Manolito saltó a través de las llamas de la puerta y se precipitó dentro del templo. Nadie imaginó siquiera qué era lo que Manolito se proponía, hasta que volvió a salir con fuego en la ropa y cargando los objetos sagrados que se guardaban en la iglesia. Todo el mundo alabó su hazaña y se acercaron a sofocarlo.

De pronto un gran resplandor se vio en el cielo y en medio del gentío apareció el Señor.

- Manolito -le dijo el Señor-. Has arriesgado tu vida para salvar del fuego las reliquias sagradas de mi templo. Como recompensa te voy a conceder un deseo.
-Señor -contestó Manolito-. Lo único que verdaderamente deseo es que, antes de mi marcha de este mundo, me mandes una señal.
-Yo te lo concedo -contestó el Señor.

Pasaron años y más años y un buen día se presento en Liñares de Arriba un enviado y al encontrar a Manolito le dijo:

- Manolito, vengo en tu busca porque ya te llego la hora de partir.
- No. No -respondió Manolito-. Aquí hay un error. Mi hora no puede ser ésta.
- Sí, Manolito -respondió el enviado-. Ve, aquí está bien claro. Manolito de Liñares de Arriba. Míralo tú mismo.
- No puede ser. Yo te pido que avises al Señor porque yo tengo su promesa.
El Señor se hizo presente y saludó a Manolito con gran efusión:

- Hola Manolito, cuéntame. ¿Cómo van tus cacerías? Este año debió ser excelente. 
- Qué va, Señor. Los altibajos del monte son demasiado para mí y mi resistencia no lo aguanta...
- Bueno, pero la pesca sí te habrá compensado. Los ríos traen truchas como nunca.
- No, Señor. El moverme por sus riveras y las subidas y bajadas me resultan imposibles, no tengo equilibrio y mis fuerzas ya no son lo que eran.
- Pero al menos, aunque no caces ni pesques tú, sí podrás disfrutar de unas buenas perdices y de un buen cocido.
- Ya no, Señor. Desde que perdí todos mis dientes sólo puedo comer papillas y cosas por el estilo.
- Bien, entonces sólo podrás entretenerte dibujando esos paisajes que tan bien te salían.
- Tampoco, Señor. Mis ojos ya no pueden distinguir nada que esté alejado más de un par de metros. No veo ni un burro a tres pasos.
- Bueno, Manolito. Aquí te dejo en manos del enviado.
- Pero Señor ¿y la señal?
- Pero bueno, Manolito. Entonces, ¿Qué más señales querías?

SISTEMAS ABIERTOS

Si hay algo en que podemos adivinar el futuro, sin ningún temor a equivocarnos, es que todo cuanto nace y vive, acaba por morir.

Los sistemas abiertos son los que realmente nos interesan, porque aquí sí podemos encontrar millones de ejemplos, dentro de nuestro entorno, y también dentro de los parámetros de espacio y tiempo, accesibles a nuestro entendimiento y estos son todos los seres vivos. Efectivamente, desde una bacteria hasta el mayor de los animales que pueblan la tierra, todos intercambian materia y energía con su exterior.

Un sistema termodinámico es una porción de universo con fronteras definidas, compuesto por una cantidad enorme de unidades, sean éstas moléculas, insectos o seres humanos. El sistema actúa como un todo y su comportamiento hay que establecerlo por la actuación de la gran mayoría de sus componentes y no por el de unidades o grupos minoritarios de ellas.

Vamos a dejar bien claro que cuando hablemos de las sociedades actuales, nos referimos exclusivamente a las occidentales y éstas se identifican con estados que tengan sus propias fronteras.

Los historiadores occidentales suelen señalar algún punto, en los alrededores del Mediterráneo, como el principio de la historia y de allí trazan una línea recta, hasta el portal de su casa, marcando el tránsito con las etiquetas de Edad Antigua, Media y Moderna. Algunos aún añaden la ridícula calificación de Edad Contemporánea. De esta manera meten dentro del mismo saco a Egipto, Caldea, Persia, Grecia y Roma y dejan fuera como advenedizos a China, India y México. Alguna de estas culturas pudo morir violentamente, pero todas las demás murieron de viejas al alcanzar la senectud. Estos historiadores, con su visión de la Historia Universal, no nos ofrecen nada que tenga algún valor. Nos relatan gobiernos, guerras, victorias, invasiones y derrotas, pero no nos dicen nada del porqué sucedió esto en un determinado lugar y en un determinado tiempo, para poder vislumbrar algo sobre las causas de dichos sucesos.

Si consideramos a las sociedades humanas como sistemas que evolucionan y ya hemos visto cómo han pasado de las cavernas al espacio, tienen que haber nacido en algún momento y por consiguiente tienen una edad. El problema consiste en identificar las señales que lo manifiesten, porque no podemos verla por completo desde fuera. Algo así como estimaríamos la edad de las personas por su aspecto externo y por sus fallos internos. La dificultad para estimar la edad interna de la sociedad surge por no poder disponer de una vision global de la misma y tenemos que conformarnos con examinar la composición de su estructura interna, de la cual nosotros mismos formamos parte. Las grandes sociedades se iniciaron cuando en ellas se formaron estructuras diferenciadas, constituidas por grupos especializados de artesanos como herreros, albañiles, carpinteros, agricultores, pastores. etc. Y así mismo tenían diferencias muy marcadas de género, de religión y de raza entre muchas otras.

Si consideramos el estado de equilibrio como aquel en el cual no existe flujo alguno de materia ni energía, lo que sería tanto como hablar de un sistema muerto, lo primero que debemos observar es que tan alejadas están las sociedades occidentales de ese estado.

Las comunidades primitivas estaban a una distancia muy corta del estado de equilibrio. Sus fuentes de materia y energía se reducían a los alimentos ingeridos y el oxígeno del aire respirado. Esta energía se convertía en trabajo, éste en calor y el calor era dispersado. Poca cosa.

Desde el descubrimiento de la primera ley de la termodinámica, la conservación de la energía anunciada por Mayer, los fisiólogos de la época estaban intrigados por la fisiología de la respiración: combustión del oxígeno, desprendimiento de calor, trabajo muscular. Era un problema modelo. La energía solo cambiaba de forma pero se conservaba a sí misma. Los seres vivos actuaban como máquinas energéticas y las sociedades como motores.

Al observar la enorme cantidad de materia y energía que las sociedades modernas intercambian con su exterior, no hay ninguna duda en afirmar que las sociedades actuales se encuentran a una enorme distancia del estado de equilibrio.

La edad que tiene una sociedad no puede determinarse por un número equivalente a años, lustros o siglos. Su tiempo es un tiempo interno e interviene más bien como un operador, que actúa sobre las funciones del sistema, por esto las funciones cambian en la medida en que cambia el tiempo interno de la sociedad, o sea, tal como cambia su edad. Este operador fluctúa a consecuencia de cambios externos o internos, que pueden modificar su actuación temporal, como a un hombre pueden afectarlo enfermedades, accidentes o problemas en su interacción con otras unidades o con el medio. Pero su evolución natural está bien definida: infancia, juventud, madurez, senectud. En las sociedades ocurre exactamente lo mismo. Ni un niño tiene las mismas preocupaciones que un adulto, ni una sociedad de la Edad Media se comporta como una actual. Algunos ilusos sostienen que si en la Edad Media, en vez de catedrales se hubieran construido universidades, las cosas hubieran ido de maravilla. Esto sería tanto como pedir a un niño de seis años que, en vez de juguetes, se entretuviera con álgebra.

En experimentos de laboratorio, de muchas reacciones químicas, se observa que partiendo de un estado homogéneo, el sistema se fracciona cada vez más. Sirve comparativamente la llamada transformación del panadero, que consiste en colocar encima de la masa alguna sustancia. Cada vez que se ponga masa encima y se aplaste, la sustancia se dispersará a través de toda la masa. Cada vez que se repita la operación, la dispersión será mayor hasta alcanzar el estado de equilibrio en el cual nuevas transformaciones ya no cambiarían el estado porque se compensan unas a otras. De esta manera se puede decir que cuanto mayor sea la fragmentación, dentro de un sistema, mayor es su edad.

Analizando el estado de las sociedades occidentales nos encontramos con menos diferencias y mayor fragmentación, lo que nos indica su envejecimiento. En la actualidad la reducción de las diferencias ha hecho que los sistemas estén totalmente mezclados. Hombres y mujeres, blancos y negros, judíos islamistas y cristianos, homosexuales y deportistas pueden estar en cualquier sitio.

Este estado de fragmentación es más visible en el deporte de masas por su grado de difusión. Hace unos 50 años que el primer negro jugó en un equipo de baseball de las ligas mayores en los Estados Unidos y hoy en casi todos los deportes-espectáculo en las sociedades occidentales la fragmentación es absoluta. Las leyes que se promulgan van todas en la dirección de llevar el sistema hacia el equilibrio.

Leyes que promulgan los derechos humanos, estado de bienestar, libertad e igualdad en todos los órdenes de la sociedad. Dejemos claro que este estado de cosas sólo pueden ocurrir, desde unos puntos de vista termodinámicos, en sistemas con un alto grado de entropía, baja presión y alta temperatura. Notemos que el calor es el producto de las colisiones de las moléculas moviéndose a velocidades elevadas.

Nadie podrá poner en duda que los componentes de las sociedades actuales, es decir, nosotros, nos estamos moviendo a una velocidad que no tiene paralelo con ningún otro momento histórico. Estos movimientos producen dentro de la sociedad lo mismo que harían las moléculas dentro de un sistema físico, es decir, calor.

Hace tan sólo poco más de dos siglos, las noticias y las personas tardaban cerca de seis meses en llegar de Europa a China, compárese con lo que sucede hoy en día.

El camino que le falta por recorrer a estas sociedades es sin duda:

Más desorden en todos los niveles sociales, político, económico y privado, tanto individual como de colectivos espacio temporales que se formarán espontáneamente. Un acercamiento cada vez más próximo al equilibrio cuando las reacciones serán cada vez más débiles y las crisis se volverán endémicas.


ANEXO

Hay una circunstancia que se repite invariablemente, en las postrimerías de todas las sociedades, de las grandes culturas y que trae consigo consecuencias verdaderamente calamitosas. Me refiero al descenso progresivo de nacimientos. Ocurrió en Egipto y en Babilonia, en Grecia, en Roma y en la India budista. En Egipto, durante la XIX dinastía la despoblación hizo que el país se quedara sin defensa y los libios entraban allí como Perico por su casa, tanto  que en 945 A.C. uno de sus jefes simplemente se apropio del gobierno del imperio.  En Grecia, ya Polibio lo califica de gran desgracia.  En Roma, que tiene de Nerva a Marco Aurelio, jefes brillantes, el imperio vive en paz, es rico y esta bien organizado y sin embargo la población desaparece, en masa, a pesar de la desesperada legislación sobre matrimonios y nacimientos, la Lex de Maritandis Ordinibus que otorgaba beneficios a los nacimientos e imponía cargas a los solteros y que produjo una gran consternación en la sociedad romana. En consecuencia la población, además de disminuir, envejecía. Y la población inactiva iba en continuo aumento, dejando al imperio a merced de los invasores que no tardaron en presentarse.

En occidente, el descenso de la natalidad comenzó hace décadas y ha ido en aumento desde entonces y las consecuencias seguramente serán las mismas.

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